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JUANA INÉS DEHESA: "MÉXICO SIGUE EN EL SIGLO XIX, PERO CON VIDEOJUEGOS Y TINDER"
Por: Eduardo Venegas
Eduardo Sacheri

Juana Inés Dehesa (Ciudad de México, 1977) se define a sí misma como apóstol de la cultura escrita. Es cierto. Lo ha sido a través de sus libros, de su labor en los medios y de muchas otras funciones. Su novela Treintona, soltera y fantástica puso el dedo en la llaga de diversas problemáticas y convencionalismos que la sociedad mexicana sigue arrastrando desde hace dos siglos. Para ello, aprovechó la herramienta infalible del humor, igual que en Socorro (pero me dicen Coco), donde exploró los micromachismos que existen en México. Y en 2017 dirigió el análisis al sexo opuesto: en el Manual del treintón (que no entiende nada) desmenuza los discursos a los que son sometidos los hombres mexicanos. Sobre su obra, el feminismo y mucho más, nos sentamos a platicar con esta escritora mexicana, quien es prueba fehaciente de que la inteligencia no exige amputarse el sentido del humor.

¿Cómo empezó tu gusto por los libros y las palabras, Juana Inés?

Siempre me ha gustado acercar a la gente a la lectura, soy una formadora de usuarios de cultura escrita. Desde chica me di cuenta que eso quería hacer, pero no me quedaba claro cómo. Desde antes de la universidad me dediqué a recomendar libros, a poner nuevas palabras en el horizonte de alguien a través de la conversación, la divulgación y la edición. Sabía que mi vínculo con los libros y la palabra existía porque nací en un ambiente donde eso era la herramienta de trabajo, pero que no era así en todas las casas. Y se fue fortaleciendo en varias etapas: en la facultad trabajé Animación a la lectura, trabajé en el Fondo de Cultura, tomé talleres, hice una maestría...

¿En qué consiste tu labor como formadora de usuarios de cultura escrita?

Es la mediación entre las palabras y las personas. Siempre he visto mi trabajo como de mediadora, más que de emisora del discurso. Para mí siempre ha sido importante escribir pensando en quien me lee, trato de convertirlo en un diálogo. Me interesa saber cómo recomendar un libro, cómo hacer que un maestro lo comunique de la mejor manera, cómo convencer de leer a alguien que siempre ha visto el libro como algo lejano. Esa ha sido siempre mi tarea: que la argumentación, la conversación y el diálogo se vuelvan parte de la vida de alguien.

En México tenemos fama de que no leemos, ¿qué tan cierto es?

Leemos, pero no literatura canónica. En las ferias del libro mucha gente busca los clásicos porque “hay que leerlos”: compran Crimen y Castigo y El Quijote. O yo regreso de la Feria de Guadalajara con todos los libros del Nobel, aunque sepa que no los voy a leer nunca; es algo aspiracional. Y están los libros de autoayuda, un género muy denostado, pero al que yo pertenezco. Al final creo que cada quién lee lo que le da la gana. Eso de que “En México nadie lee” es superficial. Cierto, no tenemos ni el mercado ni la industria de otros países de América Latina y Europa, donde hacen tirajes de 10,000 ejemplares; aquí los hacemos de 1,000 o 3,000; ya si vendes 5,000 ejemplares de lo que sea, eres un hit. Pero eso no es gratuito; por un lado, los libros son muy caros para lo que gana la gente. Por otro, no tenemos las bibliotecas que tienen otros países.

¿Qué piensas del formato digital?

Creo en todos los formatos. En el digital pierdes la posibilidad de prestar un libro, la parte táctil y de tipografía y de texturas, que están involucradas en la factura de cualquier texto impreso. Pero, en un país sin suficientes librerías como México, tiene la ventaja de que en 10 minutos lo puedes tener.

Dime, como experta, ¿cómo impacta el lenguaje en la vida diaria?

El lenguaje describe la realidad. Si tienes cinco adjetivos en tu cabeza, si nada más puedes estar triste, enojado, contento, encabronado y “súper feliz, güey”, entonces tu rango de emociones se limita a cinco cosas. En la medida en que tienes un espectro más amplio de posibilidades, tienes una realidad más amplia o al menos la puedes comunicar de manera más rica y profunda. No me horrorizo ante los anglicismos; me gusta buscar el vocablo equivalente en español -aunque no siempre lo hay-, aborrezco el verbo “checar”, no lo uso nunca, pero esa es mi decisión y forma también parte de mi vocación y de mi formación. Me da tristeza que una persona pueda sobrevivir con un vocabulario de 20 palabras, porque puedes explicarte el mundo con 20 palabras y eso te empobrece. Salvo quienes nos dedicamos a ello de manera profesional, no estamos acostumbrados a poner nuestros pensamientos por escrito. Eso sí tiene qué ver con la falta de lectura, de escritura y de conversación sobre lo que leemos.

Hablando de dedicarse a esto, ¿cómo llegaste a los medios?

La primera vez que me pagaron un texto fue en un sitio de internet que se llamaba elfoco.com. Lo llevaba un amigo de mi tía y como ella estaba convencida de que yo nunca conseguiría trabajo, le pidió que me diera algo, lo que fuera. Ahí hice una serie de textos sobre Harry Potter; al día siguiente de que me encargaron los textos cerró el lugar, pero me pagaron. En realidad, me formé como reseñista y como editora los siete años que estuve en Hoja por hoja, un suplemento de libros que aparecía encartado en Reforma y en otros periódicos. Lo llevaban Miguel Ángel Granados Chapa [qepd] y sus hijos. Era un suplemento con puras reseñas, con la idea de hacer algo similar al New York Review of Books. Al grito de “¡Les estamos enseñando!” nos pagaban tres pesos, pero aprendimos un montón. Y luego llegaron la posibilidad de estar en Reforma Radio UNAM, con temas que no son estrictamente los míos, pero que se han ido volviendo. Nunca pensé estar en medios, yo me iba a dedicar o a edición o crítica; hice una maestría en literatura infantil, que es lo que más me gusta.

Eduardo Sacheri

PASAPORTE

Nombre: Juana Inés Dehesa Christlieb

Fecha y lugar de nacimiento:

8 de noviembre de 1977, Ciudad de México

Ocupación: Escritora, columnista y conductora.

En la literatura infantil, ¿qué importancia tiene Harry Potter?

En buena medida, la reinventó. En México, prácticamente no existía. Los que crecimos a finales de los 70, principios de los 80, teníamos libros importados o heredados, cuentos clásicos o historietas, pero no teníamos literatura infantil propia. A Harry Potter le debemos un montón, porque con él las editoriales se dieron cuenta de que ahí había un mercado y empezaron a invertir: llegaron las sagas, el mercado gigantesco y cosas como el Diario de Greg.

Volviendo a los medios, háblame de las diferencias de un periódico y la radio.

El periódico me da la posibilidad cada semana de darle vueltas a un texto hasta que sale. La radio es inmediata, te permite generar contenidos todo el tiempo y sigue siendo el gran medio de compañía; la cantidad de gente a la que puedes llegar a través de la radio -ahora también con los podcasts-, jamás la vas a alcanzar a través de un impreso. A la radio le diagnosticaron que se iba a morir con la tele, con Internet, con los MP3 y ahí sigue. Tú lees un periódico y puedes entender a un columnista como alguien cercano, pero la idea de esas personas que se meten a tu casa o a tu coche y te van contando cosas es mucho más divertida. Por otro lado, el periódico me permite desarrollar una idea y, si alguien se hace bolas, puede regresar y retomar mi descarrilamiento mental. En la radio no: si se confundió al principio, olvídalo.

¿Para ti son medios complementarios?

Es enriquecedor, porque requieren esfuerzos distintos. Además, siendo medios tan diferentes en ideología y audiencia, me permite no creer nada en términos absolutos, no entregarme por completo a ninguna de las dos visiones. No sé si a la larga me va a volver esquizofrénica o la gente dirá: “No le entiendo nada”, pero bueno... (risas).

Cambio de tema drástico: ¿qué es el feminismo?

La idea de que mujeres y hombres debemos tener los mismos derechos. Crecí en una familia con modelos femeninos muy fuertes y ha sido una sorpresa constante que en diferentes espacios las cosas no sean iguales. Inclusive en medios donde las mujeres van a la universidad, estudian y trabajan, siempre queda un: “Pero además, las mujeres se tienen que ocupar de su casa” o “Cuidado y tu marido tenga la camisa mal planchada, porque eso es culpa de la esposa”. ¿Por? He escrito de mujeres fuertes y niñas peleoneras, porque crecí entre mujeres muy fuertes y fui una niña muy retobona, de todo alegaba. Escribo sobre mujeres así porque son los personajes que conocí y porque me di cuenta de que seguimos necesitando modelos como Elizabeth Bennet de Orgullo y Prejuicio, Jo March de Mujercitas, Pippi Calzaslargas Mafalda.

Y los has llevado a tus libros.

Dicen que la primera novela que escribes es muy autobiográfica y en mi caso se cumple. Cuando escribí Treintona, soltera y fantástica, fue por algo muy personal; pensaba: “Estos son mis rollos, a nadie más le importará”, pero en las entrevistas, las reporteras me decían: “Esa soy yo, es mi historia o la de mi hermana”. Cuando les decía: “Es como cuando en las comidas familiares te preguntan `¿Cuándo te vas a casar?’”, se les llenaban los ojitos de lágrimas. Me di cuenta de que eran cosas que hay qué decir; hay un problema de inequidad, seguimos pensando que las mujeres deben quedarse en su casa, que lo mejor que nos puede pasar es tener un novio y casarnos, viendo feo a la que no se casa y compadeciendo a la que no tiene hijos. Esos temas los he llevado a mis novelas. En Socorro (pero me dicen Coco), el personaje más interesante para mí es el del novio, porque con él conocí el término “micromachismos”, cosas como: “Tu trabajo está padre, pero cuando nos casemos, se acabó”. Nos educan para creer que eso es normal.

"Seguimos pensando que la vida doméstica es indispensable para la feminidad y que la crianza es exclusiva de las mujeres"

Hay todo un sistema para sembrar esa idea.

Para mí ha sido muy importante decir: no voy a escribir para los Premios Anagrama o la gran novela que se publicará en Alfaguara, sino los libros que me hubiera gustado que alguien escribiera para mí. O las cosas que a mí me gustaría decirle a mis primas, que se casaron a los 25, con maestrías y doctorados en todo el mundo y que están convertidas en amas de casa. Eso ha moldeado mi trabajo. Yo escribí Pink Doll y Rebel Doll porque me divertían, pero con Treintona... descubrí a un mercado muy olvidado, que se plantea todas estas cosas, pero que en México no tiene elementos para decir: “Eso no me gusta”.

Este año hemos conocido historias monstruosas de machismo, que existían pero no habían sido expuestas, como las de Harvey Weinstein.

Ese gran machismo es la suma de pequeños machismos. Cuando hablamos de las muertas de Juárez o de feminicidios en el Estado de México, a una parte de la población le suenan muy lejos, porque no se suben a un pesero o no tienen hijas que se trasladen dos horas en transporte público. En México te sigues topando con el jefe que te dice “reinita”. ¡No, señor!: yo no le digo “reyecito”. Vivimos en un sistema en el que nos hacen pensar que cualquier tipo de atención masculina es positiva. Y nos hacen buscarla, propiciarla y agradecerla. No puedes pensar en esos términos; es una madeja que se va desenrollando. Al rato dicen: “Claro, las violan porque salen vestidas quién sabe cómo” y “¿Por qué sales sola de noche?”. Son cosas a las que les tenemos que dar vuelta. Para mí lo más importante es que hoy podemos decir: “Así era y antes no pasaba nada pero hoy sí pasa”.

Hablando de cosas que deben cambiar, en 2018 habrá elecciones en México.

La respuesta a nuestros problemas no vendrá de los políticos. Es dramático pensar que les pagamos, se llevan un montón de nuestro dinero -y eso de manera lícita; del otro, ni hablamos-. Creo que debemos resolver cosas de manera muy local. Nos tenemos que hacer a la idea de que nada cambiará en una generación, ni en dos. El tema es cómo le vamos a hacer para no ahorcarnos unos a otros, porque hay un gran nivel de encono, furia y cerrazón: “Yo a ti no te escucho. A cualquiera que vota por tal candidato lo detesto y lo tengo ya clasificado en mi cabeza sin conocerlo”. Eso nos ha hecho mucho daño y nos lo seguirá haciendo.

¿Qué nos corresponde como ciudadanos, pese al desánimo y el cinismo?

La idea de: “Nada va a cambiar, todos los políticos son iguales”, no nos sirve. Habrá qué hacer algo desde todos los días. Nada sucede en el vacío, somos parte de todo y esos políticos y ese sistema vienen de nosotros. ¿Cuánto contribuimos a la corrupción, al machismo, a la violencia? Hay muchísimas cosas que deben empezar a cambiar desde abajo. De arriba para abajo no se va a arreglar jamás, no va a llegar nadie que lo resuelva. Vamos a tener buenos políticos el día que tengamos buenos ciudadanos.

Vamos a temas gratos. En tus libros abordas temas importantes, profundos, con inteligencia, pero sin perder el sentido del humor.

Es parte de mi formación, por mi papá, por mi mamá y las dos familias, con su inclinación natural al desmadrito, al chacoteo. El humor y la inteligencia no están peleados; muy por el contrario. Treintona... lo escribí así porque es la manera en que yo me explico las cosas. En el caso del Treintón... platiqué con muchos hombres, leí mucho, tomé notas, hice mucha observación. Todo eso al final lo convertí en una conversación entre un personaje femenino que de alguna forma soy yo -aunque no del todo- y un personaje masculino que es una construcción de un montón de amigos míos, de personajes y de arquetipos. Para mí era muy importante ese tono más irreverente para poder decir: “Yo te conozco, sé tu historia, sé que te duele y sé todo lo que podrías hacer y no estás haciendo”. Una especie de espejo que le regresara al hombre lo que yo veo.

Eduardo Sacheri

¿Qué respuesta has tenido de los hombres con el Treintón...?

Salió en septiembre-octubre y apenas se está moviendo, pero algunos críticos se sienten agredidos, llegan muy a la defensiva. Estamos acostumbrados a hablar hasta el cansancio de lo que nos pasa a las mujeres, pero los hombres tiene mucho más reticencia, creo que porque algunos toman el feminismo como una afrenta: “¡Malditas viejas!, quieren sobajarnos y ocupar nuestros lugares”, y no es el caso. Hice el libro con mucho cariño, pensando que hay muchos hombres hechos bolas, que les cuesta mucho encontrar quiénes son ellos realmente y se refugian en los arquetipos de antes. Así como a nosotras nos dicen: “En la vida tienes que aspirar a casarte y tener hijos”, a ellos les dicen: “Tienes que ser súper exitoso, tener un súper trabajo, mantener a tu familia, tener una casa en la playa...”. En México seguimos en el siglo XIX para muchas cosas, nada más que con videojuegos y Tinder.

Como escritora has explorado las perspectivas de una adolescente y de mujeres y hombres en sus 30. ¿Qué personajes quieres explorar ahora?

Uy, un montón... Por ejemplo, a las mujeres sobrecalificadas que renuncian a las posibilidades de una vida profesional y regresan al rol de llevar a los niños a la escuela, a llevarlos al ballet, ir al súper... que se niegan a pensar que los roles de género pueden ser otra cosa y siguen pensando que la vida doméstica es indispensable para la feminidad y que la crianza es exclusiva de las mujeres. La cabeza de esas mujeres puede ser una exploración interesante; puede que por ello me deshereden en masa, pero es muy probable que en 2018 lo lleve a un libro.

Última. ¿Cómo es dedicarte y vivir haciendo lo que te gusta?

Me siento enormemente privilegiada. En este mundo y en este país soy un caso muy extraño. Cada vez tengo más claro que el modelo en el que estamos, consumista, mercantilista, capitalista y demás, es absurdo. Pienso: “Si alguien sirve para escribir, ¿por qué no puede hacer eso para vivir? ¿Qué hemos hecho mal como humanidad?”. Cuando lo pienso, me digo: “Pues sí, tarada, ¿no te habías dado cuenta?”. Habrá que pensar un modelo en el que producir conocimiento y enseñarle a la gente cómo se llama eso que está sintiendo y que no son los únicos que lo sienten, sea suficiente para ganarse la vida. Cuando hablo así, sé que ya estoy en mi momento John Lennon.

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